domingo, 10 de febrero de 2013

Escraches

Esta semana, el escrache contra Kicillof cuando volvía de sus vacaciones en un ferry de Buquebus se llevó un lugar no trivial en la agenda de los medios informativos y de algunos políticos. Las opiniones al respecto son las de rigor: de un lado el oficialismo sobreactúa la indignación, del otro lado hay más variantes, desde el repudio liso y llano (que son pocos, y tampoco me lo creo demasiado), pasando por algún periodista de TN que "repudia pero comprende" hasta los más cínicos que impúdicamente culparon al kirchnerismo (y uno no sabe si reirse o temerles).

Vale la pena detenerse en el repudio al escrache, fundamentalmente en los argumentos esgrimidos para tal rechazo. Se repudia al escrache por considerarlo una acción violenta y se apuran a aclarar que se oponen "a todas las formas de violencia". Con frecuencia detrás de esas afirmaciones, disfrazadas de pacifismo, se esconde el rechazo a la posibilidad de que el pueblo de a pie se exprese libremente, que tome acciones que no pueden ser controladas tan fácilmente.

Ese tipo de acciones son fundamentales para una democracia real y son parte integral de un pueblo libre. Son las manifestaciones del ciudadano de a pie, un escrache, una huelga, un piquete, un acampe, una marcha. Estas manifestaciones existen porque no hay un camino institucional que les dé lugar, porque los que las realizan no tienen la posibilidad de que un abogado exitoso lleve su caso, o porque tal vez ni siquiera pasa que la ley contempla su problema. Exigirles que se adecuen a un proceder institucional, es perpetuar la denegación de justicia que están reclamando.

Un ejemplo clarificador de escrache es el realizado por familiares de desaparecidos en contra de los represores de la dictadura. Entre otros, se hacían contra personajes que habían sido condenados en el juicio a las juntas, y luego indultados por Menem. Los escrachantes eran personas que habían perdido un familiar y que reclamaban que ese crimen no quede impune, o tener alguna información del paradero  de la persona. Luego del indulto, de las leyes bochornosas de obediencia debida y punto final, la posibilidad de justicia por vía institucional era nula. El escrache es el único recurso posible, es la justicia del pueblo, podrán no estar presos, pero nosotros no nos vamos a olvidar. "Donde vayan los iremos a buscar". Un pequeño grito desesperado en contra de una impunidad gigantesca.

En el otro extremo, se abuchea a Kicillof. No tengo conocimiento de algún delito que se le impute. Los gritos no son esclarecedores, más allá de los genéricos "corrupto" o "ladrón", queda una fuerte sensación de que el mayor pecado del viceministro de economía es pertenecer a un gobierno que no les agrada o hablar a favor de algunas políticas impopulares para ciertos sectores, la más notoria: la restricción a la compra de dólares. La sensación cobra aún más fuerza cuando se pasa al insulto. "Puto", "judio", "marxista", no suenan a buenos motivos para un escrache, y huelgan las palabras para el que desde la multitud la grita "cagón". No parece entonces que haya una real necesidad de esa forma de expresión, no estamos hablando de un gran delincuente que usando su asombroso poder para escabullirse de una condena, tal vez ese escrache podría impulsarse contra Boudou, pero no contra Kicillof (y seguramente no tienen autoridad moral para hacerlo la gran multitud de porteños que votaron a otro procesado para jefe de gobierno).

Los dos escraches son muy distintos. ¿Quién decide cuál es legítimo y cuál no? Por supuesto que ahí está la complicación, esa es la disputa, como se dirimen esas legitimidades. En realidad estos dos parecen difíciles de discutir (aunque seguramente no faltará quien tenga ganas de hacerlo), pero está lleno de casos más complejos, ¿dónde está el límite entre una huelga de trabajadores que reclaman por un derecho y una extorsión realizada por un sindicato poderoso? Atarlo a las leyes es una tentación que sentirán muchos, sin embargo, ¿cómo se logra que una ley cambie? ¿cómo se logró en toda la historia el reconocimiento de derechos que hoy nos resultan obvios y antes eran impensables. Igualar todas estas acciones, calificarlas a todas de violentas y repudiarlas porque no se ajustan a una ley previa es negar la posibilidad de que esos derechos sigan apareciendo y que nuestra sociedad evolucione reconociéndolos.

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